Sonntag, Januar 24, 2010

Rojo

El poder de la imaginación era grande en Antonio, y el sabía, además, amplificarlo con esos súper primos que se hacía por las noches cuando llegaba a “descansar” después de atender a toda esa gente en su despacho de consultoría contable. Y, todas las noches, la evocaba a ella, Clarissa.
Cuando Antonio era muy joven trabajaba en “red motel” haciendo medio turno en la administración del establecimiento y un día en la zona de los garajes vio a una pareja sui generis… El caballero era un hombre de edad madura, elegante y con clase; en cuanto a ella, simplemente su silueta era lacerante, hasta su sombra estremecía generando, en cualquier observador, una especie de post efecto y su fragancia era tan suave, tan fresca, y al mismo tiempo tan profunda que evocaba lugares paradisíacos aún sin descubrir; de dimensiones exóticamente concupiscibles, su cabello, su mirada, su sombra…
Antonio la vio varias veces cuando trabajaba en “red motel”, pero la que más recordaba siempre, era aquella primera vez; jamás la pudo olvidar. Clarissa le impregnó una huella profunda en el alma con el sólo hecho de voltear y mirarla.

Antonio llegaba a casa siempre alrededor de las 21:15 y exclamaba:

- Todo es una maldita rutina… mmm – Respiraba profundo, aventaba su portafolio al sillón, abría el refri, y la luz que provenía de dentro le iluminaba la desdibujada cara y su incipiente sonrisa…

Parte de esa maldita rutina era siempre recordar las palabras de Chuck, uno de sus amigos íntimos que se había suicidado hace 15 años en un hotel de Acapulco cuando, Antonio, Chuck y otros de sus amigos, viajaron para allá a festejar su graduación, todos decidieron ir a pasear de noche, pero Chuck dijo que se sentía mal, que tal vez había sido el cóctel que comió; cuando regresaron todo fue tranquilo, él se desangró lentamente durante toda la noche y fue hasta el siguiente día que notaron que algo no estaba bien cuando, después de medio día, Chuck aún no salía de su habitación, lo demás fue terrible…
Lo recordaba porque nunca tuvo sentido, hasta después de ese día:

- A veces, cuando ya no quedan ganas de levantarse, tal vez sería conveniente regresar – Y Chuck sonreía como si quisiera llorar.

Tantas eran las cosas que ocupaban la mente de Antonio, pero al menos estas 2 frases eran las que, alrededor de las 21:30 de lunes a sábado en incluso algunos domingos, prevalecían como parte del ritual de encender ese gran primo que le incrementaría los extraordinarios poderes evocativos e imaginativos que Antonio poseía.

A las 2 horas, Antonio no era más que un desecho humano tendido en la cama siempre deshecha; deshecho en la cama siempre con Clarissa y de alguna forma con Chuck; no podía dejar de recordar el rojo labial que envolvía esa blanca sonrisa, no podía dejar de recordar tampoco a Chuck siendo devorado por ese mismo rojo dentro de la tina de aquel cuarto de hotel; no podía retorcidamente dejar de imaginar las bragas blancas de Clarissa coloreándose, súbitamente por la regla, y tampoco podía dejar de imaginar el blanco cuerpo de Chuck en esa misma tina, pero llena con semen.

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